A finales del siglo pasado, los legionarios del norte de África declararon a dos médicos franceses que tenían erecciones largas y dolorosas. Según los estudios realizados por éstos, se pudo comprobar que la razón era comer carne de rana contaminada por los coleópteros de la familia de los melóteros. Estos insectos viven en los pueblos del Mediterráneo y producen una toxina llamada cantaridina. Esta toxina irrita la piel, es perjudicial para los riñones e incluso afrodisíaco.
Esta pequeña historia se conocía desde hace tiempo, pero el entomólogo Thomas Eisner de la Universidad de Cornell, en Nueva York, ha probado las teorías existentes. Cuando las ranas se alimentan de meloides, la cantaridina se extiende a todo su cuerpo. Se encuentra en la piel, en los músculos, en el chu, en el intestino, etc., pero sin que le afecte.
La toxina no dura mucho y si la rana no come melón durante unos días, la toxina desaparece. Esta investigadora, por tanto, ha confirmado los problemas que pueden surgir por comer estas ranas.
Se conocen insectos y peces que acumulan toxinas ingeridas. Sin embargo, encontrar ejemplos entre los vertebrados es muy raro. Según Eisner, las ranas podían protegerse a sí mismas a través de la cantaridina, pero los animales que comen ranas no muestran síntomas de intoxicación.