Sin embargo, además de la localización de las pinturas, sus características hacen especial el descubrimiento, cuatro veces más grandes que las de Santimamiñe, pintadas de ocres. “Están pintadas en un bloque de piedras desprendidas del techo, adaptadas al relieve de la piedra, de gran tamaño, de unos 1,70 metros. Por tanto, son semejantes al arte rupestre de Ekain, Altxerri o Pirineos; y más cerca, diferentes de las existentes en Santimamiñe, que están pintadas de negro y son cuatro veces más pequeñas”, explica Garate.
Garate recuerda el día que vio por primera vez. Era febrero de 2012 y estaban sacando fotos de las cuevas para formar un libro. “Cuando fuimos a Lumentxa vimos que la puerta estaba abierta y entramos a comprobar el estado del interior. Como la cueva está cerca del pueblo, nos encontramos con la basura dejada por la gente, y cuando estábamos atravesando la cueva para ver cómo estaba la entrada al otro lado, nos encontramos en el camino”.
Garate reconoce que el ojo para ver las pinturas debe ser “entrenado”. “Fue excavada en 1926 por Joxe Miel Barandiaran, de donde ha pasado un montón de gente. Pero no son fáciles de ver, la escala es muy grande y están adaptados al relieve, sobre ellos escritos y los tienen... no es de extrañar que se quede desapercibido. Nosotros, sin embargo, lo hemos visto muchas veces y gracias a ello nos dimos cuenta de que allí había un bisonte. Primero vimos lo más grande y luego los demás”.
Posteriormente se inició la investigación, junto con otros arqueólogos, como Aitor Ruiz, de la Universidad de Cantabria. “De hecho, este tipo de investigaciones siempre se realizan por duplicado, es decir, dos grupos hacemos la misma investigación porque de lo contrario hay riesgo de no ver algo”.
No han podido realizarse dataciones, ya que no están hechas de materia orgánica, sino de ocres (por lo que no es posible utilizar la prueba del 14 de carbono), ni tampoco están recubiertas de calcita (no han podido utilizar entonces el método uranio/torio), pero por su estilo tienen claro que son del periodo Madeleine, es decir, hace unos 12.000-14.000 años.
Durante la excavación, los arqueólogos encontraron otras sorpresas. Garate destaca el almacén de ocre: “Hasta entonces no lo vi. Entre el gran bloque y otras piedras se encuentra un gran almacén de ocre de un metro de diámetro. Es lógico pensar que eso es lo que se utilizó para hacer pinturas”.
Además, metidos en un agujero de una pared, encontraron la fiebre. “Y eso sí, se ha creado calcita en la piel y no se puede sacar”, ha afirmado Garate.
Diego Garate es arqueólogo del Museo de Arqueología de Bilbao y trabaja en el Centro de Investigación sobre Evolución Humana CENIEH, Joseba Ríos, que junto a Aitor Ruiz ha publicado el estudio en la revista Kobie de la Diputación Foral de Bizkaia.