Está muy extendido que el aborto es una experiencia traumática que deja secuelas psicológicas como depresión, ansiedad, estrés postraumático, tendencia al consumo de alcohol u otras drogas… Sin embargo, se han realizado pocas o incorrectas investigaciones para comprobar si esta afirmación es correcta. Por ejemplo, comparan a las mujeres que interrumpen el embarazo con las que deciden tener un hijo o parten de las que tienen problemas después del aborto. Es decir, estas investigaciones tienen sesgos desde el principio y no sirven para conocer la realidad.
Para llenar ese vacío, la Universidad de California puso en marcha el estudio Turnaway, que fue rechazado. El objetivo es seguir durante diez años a mil participantes de todo Estados Unidos, divididos en dos grupos: los que quisieron abortar y hicieron realidad su deseo y los que se negaron a abortar.
Las evidencias desmienten el mito de que las mujeres que abortaron no tenían más depresiones, ansiedades, intenciones de suicidarse o problemas psicológicos que las que se negaron a abortar. Es más, cinco años después del aborto, el 95% afirmaron tomar la decisión correcta.
Las personas a las que se les negó el aborto tuvieron efectos negativos sobre el bienestar y la salud. Por ejemplo, cuatro veces más riesgo de caer en la pobreza que quienes abortaron. De hecho, el principal motivo para querer abortar es la escasez de recursos económicos, en concreto el 76% de los participantes en la investigación tenían problemas para satisfacer las necesidades básicas (alimentos, vivienda, transporte). Además, las personas a las que se les negó el aborto, tras seis meses, tenían tres veces más riesgo de perder su trabajo que las que abortaron.
Por otro lado, las personas que no pudieron disfrutar del aborto tenían más riesgo de sufrir la violencia de sus parejas que las que abortaron. Y muchos tuvieron que criar solos (sin familia, amigos ni pareja).
Desde el punto de vista de la salud física, las personas que abortaron no sufrieron, en general, complicaciones. Por el contrario, entre las personas que se negaron, algunas tuvieron problemas de embarazo y parto y, tras el parto, más problemas de salud que otros grupos: dolor crónico, hipertensión…
Y psicológicamente, quienes abortaron cerca del plazo autorizado sufrieron un estrés mayor que quienes lo hicieron en las primeras semanas. Sin embargo, el nivel más alto se midió entre quienes se negaron el aborto, especialmente durante los primeros días y semanas tras la renuncia, y la ansiedad. Con el tiempo, las diferencias entre los tres grupos tienden a igualarse.
De hecho, el riesgo de padecer problemas psicológicos se asocia más a factores anteriores como el aborto en la infancia, la violencia sexual, las alteraciones psicológicas previas o la exclusión.
Según los investigadores, los resultados demuestran que garantizar el derecho al aborto implica un mayor bienestar y una mejor salud. Asimismo, en otros países se han puesto en marcha estudios de este tipo para obtener un retrato más amplio y completo.