Ya existen varios aparatos que no son ordenadores y que se conectan a Internet: sensores de condiciones meteorológicas (temperatura, presión, velocidad del viento...) que envían información automáticamente a un servidor, webcams que se están transmitiendo constantemente colocadas en diferentes lugares, aparatos GPS que emiten la ubicación de los taxis o autobuses a una central, sensores de tráfico... Los servicios basados en estas aplicaciones llevan tiempo entre nosotros.
Pero este tipo de dispositivos todavía no son tanto, se estima que el tráfico generado por las máquinas sin la ayuda de las personas puede suponer aproximadamente el 12% del total de Internet. Pero al desarrollar el Internet de las Cosas habrá muchos más objetos o herramientas conectados a Internet que personas.
Lógicamente, los siguientes dispositivos que se conectarán primero a Internet serán los electrodomésticos. Un ejemplo práctico de las posibilidades que esto supone es la optimización del consumo eléctrico. En la actualidad existen optimizadores de consumo eléctrico en los hogares para poner en marcha la lavadora, el lavavajillas, etc. por la noche y de forma intermitente, así que si los electrodomésticos se conectan a Internet, la compañía eléctrica sabrá cuántos aparatos hay que poner en marcha y puede coordinar las órdenes de puesta en marcha. Esto permite una optimización global. Otro ejemplo es que conectando las televisiones a Internet se puede obtener información detallada sobre el público. O podríamos poner en marcha o apagar los electrodomésticos, incluso fuera.
Incluso conectando dispositivos más pequeños a Internet se pueden conseguir muchas cosas. Por ejemplo, el despertador puede saber cuándo despertarnos sin habernos dicho, conectándonos a nuestra agenda on line y conociendo el estado del tráfico. O nuestras zapatillas pueden enviar automáticamente al programa de conducción de nuestro entrenamiento cuántos kilómetros y a qué velocidad hemos hecho cada día.
Sin embargo, el concepto de Internet de las cosas va más allá. Cualquier objeto sin alimentación eléctrica ocupa su lugar, aunque sea de forma más pasiva, mediante RFID. RFID significa Radio Frequency IDentification, es decir, identificación por radiofrecuencia. Este sistema está formado por etiquetas RFID y lectores RFID, que emiten señales de radiofrecuencia y que al encontrarse con una etiqueta RFID cercana (una pegatina muy pequeña con chips y antenas), detecta su número de identificación.
En el número de mayo de 2006 apareció un artículo sobre tecnología RFID en la revista Elhuyar Zientzia eta Teknologia. Entre los posibles usos que allí se mencionaban, en los supermercados había que hacer el pago sin necesidad de vaciar el carrito, si todos los artículos del supermercado tienen la etiqueta RFID o que la nevera nos avisara cuando se nos está agotando un producto que siempre tenemos. Combinando la tecnología RFID con Internet se abren muchas posibilidades. En el ejemplo de la nevera, por ejemplo, la propia nevera puede hacer la compra de lo que nos falta por internet.
Además, ya existen en el mercado lectores RFID que se pueden adquirir para conectarse al ordenador de casa y que podemos programar para realizar una acción concreta al detectar cada etiqueta. Así, por ejemplo, colocando una pegatina en la mochila de nuestros niños, podemos programar que cuando llegue a casa se envíe automáticamente un aviso al correo electrónico de nuestro centro de trabajo.
Aunque la capacidad de Internet de las cosas es enorme, para ello nuestros dispositivos y otras cosas deben estar conectados a ella. Además, amplían la información, al fin y al cabo nos informan mucho sobre nosotros. Esta información sólo puede ser utilizada para prestar a nosotros los servicios adecuados (protegiendo nuestra privacidad), pero también para el control social, el bombardeo de publicidad, etc. Tenemos que intentar que este Internet de las Cosas que se está creando no se convierta en un Gran Hermano.
Sin embargo, además de mejorar nuestra calidad de vida a nivel personal, el Internet de las Cosas puede proporcionar avances en la sociedad aprovechando el conocimiento colectivo que se genera en ella. El correcto tratamiento global de toda esta información que se produce permite obtener un conocimiento más preciso y mejor del mundo y una organización y gestión más eficiente de los recursos.