El instinto o la pasión del recién nacido y del lactante por chupar el pecho o el biberón de su madre es fundamental para la supervivencia del niño. Pero el 80% de los niños, además, chupan el pulgar o los dedos, aunque no tienen hambre. Esto se conoce como “succión no nutritiva”, ya que no tiene relación directa con el mantenimiento.
Por otro lado, el rebozado del pulgar ayuda al niño a sentirse bien y a gustar, hecho que se acentúa cuando la toma de biberón se aísla y deja de tomar el pecho. Esto no significa que el niño tenga inseguridad o ningún problema emocional. En otras ocasiones el niño utilizará algún objeto (manta, cabeza o muñeco) en lugar del dedo dentro de este ritual.
Algunos autores creen que el dedo comienza a socavar antes de nacer, o a más tardar tres meses. La necesidad de chupar es muy fuerte en los primeros seis meses de vida. Con dos años y medio, uno de cada tres niños sigue chupando el dedo y otro tercio utiliza repuestos artificiales. La frecuencia de este comportamiento “anormal” sigue disminuyendo (con 4 años los niños que chupan el dedo son un 15%) y a partir de los 4 años los padres se ven involucrados cuando intentan que el niño abandone esta costumbre.
El chupado del dedo a partir de cierta edad debe ser considerado como una costumbre o hábito perjudicial, ya que puede llegar a alterar la forma de los arcos dentales. Y su explicación es doble: por una presión directa ejercida por el dedo y por una disminución de la presión intra-bucal derivada de la propia acción de chupar. Muchos padres y madres se muestran preocupados por si estas malformaciones faciales van a perdurar, pero las últimas investigaciones apuntan a que, si se eliminan pequeñas y curiosas excepciones, es muy difícil crear distorsiones permanentes en los huesos de la cara.
En la mayoría de los casos el efecto suele ser localizado, el solape vertical de los incisivos no se realiza correctamente y “las dentaduras quedan abiertas”, es decir, aunque los dientes traseros y los dientes estén en oclusión, los superiores apretados contra los inferiores, las piezas anteriores y los incisivos en especial, los superiores no coinciden con los inferiores.
Sin embargo, cuando este hábito persiste en niños mayores de 8 años pueden aparecer otros defectos o deformaciones: los incisivos salen muy adelante, etc. Hay que tener en cuenta varios factores: qué dedo se chupa exactamente, cómo se coloca el dedo dentro de la boca, cuánto tiempo permanece dentro de la boca, así como la forma y comportamiento de la lengua y los labios.
Cuando se deja de chupar el dedo, los dientes y alveolos anteriores crecen normalmente hasta recuperar una correcta oclusión, salvo que exista otro factor anormal. Y a pesar de no dejar esta costumbre hasta los 10 años, ese defecto de los dientes se soluciona por sí mismo. No tiene, por tanto, mucho sentido preocuparse de esta costumbre mientras empiezan a salir las incisiones definitivas (6-7 años). Y además hay otras razones para explicar la maloclusión de los dientes, algunas de las cuales tienen tanto importancia como para justificar la ortodoncia correctora.
Antes de los 4 años, no hagas caso a esa costumbre de tus hijos e hijas e intentes distraer al niño con otra cosa. El chupado del pulgar debería ser considerado como algo “normal”, sobre todo cuando el niño está cansado. Si el niño tiene más de un año y medio y cuando está aburrido chupa el dedo, dale algo para jugar con las manos o utilizarlo en las manos, pero sin mencionar esa preocupación. Mientras tu bebé no sea capaz de razonar no te obligues a dejarlo en ningún caso, porque puedes conseguir lo justo al revés.
Cuando tu hijo haya cumplido 4 años, ayúdale al niño a desaprender esa costumbre durante el día. En primer lugar, intenta conseguir su ayuda demostrando que esa costumbre puede ser perjudicial. Muéstrele la distancia entre sus dientes superiores e inferiores en el espejo o la calleja que se le ha creado al observarla. En este punto muchos niños te dirán que a ellos también les gustaría dejar esa “mala” costumbre.
Ayúdale a controlar este hábito mientras duerme. Una vez conseguido no chupar el dedo durante el día, deberías mantenerlo durante la siesta o durante el sueño nocturno. El chupado del dedo durante el sueño suele ser un proceso involuntario. Hay que avisar al niño y recordárselo de alguna manera: cubriendo el dedo con algo (una guante o un calcetín, una punta de esparadrapo), y esto será mucho más efectivo si el niño lo hace antes de irse a dormir. Intenta conseguir su apoyo, sin duda más útil que las sanciones.
Si el niño tiene más de 4 años también puede utilizar algún líquido de sabor amargo. Estudios realizados en EEUU han demostrado que la utilización de un líquido de mal sabor con un sistema de recompensas permite alcanzar niveles de éxito elevados. Entre nosotros hay este tipo de líquidos amargos que se comercializan en farmacias sin receta (sería el MORDEX, por ejemplo) Las cantidades que se utilizan con esta intención no suponen ningún daño. En cualquier caso, no utilice estos líquidos como castigo, sino como un “sistema con éxito y uso por parte de otros niños”, siempre de acuerdo.
Ayúdale al niño a poner el líquido en la superficie del pulgar; antes de desayunar y a la hora de ir a la cama, dependiendo de si chupa el dedo durante el día, la noche o la otra. Y mientras el niño está dormido, comprueba cada media hora si el dedo chupa o no hasta que tú vayas a la cama. Cuando haya pasado cinco noches sin chupar el dedo, no le des más líquido, pero si se reanuda, reanuda el programa.
No olvides llevar al niño al dentista cuando cumpla seis años y comience a sacar los dientes definitivos. Los dentistas disponen de otro tipo de soluciones que solucionan las malformaciones dentales si lo solicitan.
Pero por encima de todo, también en este caso la PREVENCIÓN. Es posible que un niño de más de cuatro años prevenga el chupe del dedo sin que se le rompa, sin que se le humilde, sin decir que es “niño pequeño” o sin castigarle. Este tipo de acciones no tienen consecuencias positivas. Por el contrario, si te espera, tu hijo dejará esta costumbre por su cuenta.
¿Y con el chupete qué? Dejamos esto para la próxima.
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