Está cada vez más claro que los agentes causantes de muchos tumores malignos son en gran medida factores externos. En 1984, por ejemplo, el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, en la clasificación de los factores de riesgo relacionados con el cáncer, atribuía los mayores porcentajes a los relacionados con la alimentación. Este instituto distribuía estos factores de riesgo por grupos de la siguiente manera:
No obstante, estos datos no pueden ser tomados de forma aislada. La nueva visión de la sociedad de la salud en los últimos años y la esperanza de alargar la vida a la hora de analizar la incidencia del cáncer son factores que se han tenido en cuenta junto a los anteriores.
Sin embargo, a nivel estatal es cierto que en el último siglo las tasas de mortalidad por tumores malignos van en aumento: a principios de siglo la muerte por cáncer representaba el 1,3% del total de muertes, en 1950 el 16,9% y en 1979 el 19,6%.
Por sexo, la mortalidad es cada vez mayor entre los hombres, con predominio del cáncer de pulmón y también entre las mujeres, debido al cáncer de mama.
En cuanto a los nuevos cánceres anuales, los Registros de Cáncer nos indican que en el Estado español todavía hay entre 250 y 300 supervivientes.
Antes debemos mencionar que en esta exposición no se trata de inculcar el análisis epidemiológico ni de analizar sus problemas internos. En los diferentes estadios del cáncer, sólo distinguiremos aquellos elementos de la dieta que puedan influir de alguna manera. No obstante, cabe señalar que el método epidemiológico es un método válido para el estudio de enfermedades largas y degenerativas y que, por otro lado, estos factores de riesgo pueden prevenirse colectivamente, es decir, si se trabaja en el ámbito de la salud pública.
Parece que un mayor consumo de verduras y cereales reduce el riesgo de cáncer intestinal. La reducción del riesgo se debe al aumento del volumen de las heces y al aumento del tránsito intestinal a través de estos alimentos. Al mismo tiempo, se disuelven los posibles carcinógenos y se reduce la capacidad de remover dichos carcinógenos en la mucosa intestinal.
A este nivel se han realizado una serie de estudios y controles, comparando la población que ingiere diferentes cantidades de fibras en la dieta habitual. Sin embargo, a pesar de que existe una relación reconocida por la abundancia de puntos incertificables, los datos epidemiológicos disponibles en la actualidad no permiten aconsejar a cualquier persona una dieta con alto contenido en fibra.
En una dieta puede haber muchos elementos capaces de provocar cáncer en diferentes zonas. Algunos son carcinógenos espontáneos y otros impulsan e intensifican las células malignas. A continuación se indican algunos alimentos que pueden ser perjudiciales, pero sólo se deben tomar como ejemplo, ya que no todos están incluidos.
Las dietas ricas en grasas y carne son las que más influyeron en el cáncer de intestino. Estos alimentos forman sustancias carcinogenéticas a través de la sobreformación de ácidos biliares y esteroles y de la actividad bacteriana (generalmente anaerobia). La grasa también se ha relacionado con el cáncer de próstata y mama. Sin embargo, parece que en ellos tienen más que ver las grasas poliinsaturadas.
Estos alimentos impiden la formación de nitrosaminas y reducen los cambios bacterianos.
Analizando algunos casos, estos alimentos parecen tener un efecto protector sobre los cánceres de pulmón, laringe, vejiga, boca, cuello de útero, intestino y próstata. Pero los experimentos con animales también cuestionan si el exceso de vitamina A no provoca ciertos tipos de cáncer.
Se ha demostrado la relación entre el consumo excesivo de alcohol y el cáncer de boca, faringe, esófago y laringe.
Algunos estudios indican que el cáncer de vejiga aumenta en los caféfilos más rudos.
En cuanto a los edulcorantes sintéticos, los experimentos con animales demuestran que muchos de ellos se producen si se consumen. Sin embargo, estos resultados, por el momento, no pueden superponerse al hombre.
Otros agentes pueden ser importantes en la generación del cáncer, pero para confirmar su influencia directa es necesario realizar estudios de mayor detalle. No obstante, destacan la aflatoxina B, el selenio y los nitratos y nitritos utilizados como preservantes.
Los datos obtenidos a través de la epidemiología, por tanto, no son necesariamente absolutos, y aunque son de interés para la salud pública, no son obligatorios.
Podemos concluir, por tanto, que en la actualidad no existe una dieta contra el cáncer, pero sí un conjunto de recomendaciones aplicables a este problema como son:
Por tanto, estas medidas serían similares a las que deberían adoptarse para reforzar la salud pública como consecuencia de estudios epidemiológicos, pero muchas veces las consideramos inaplicables. ¿Por qué? En este sentido, citaremos los siguientes problemas:
Por tanto, cualquier programa que tenga por objeto la promoción de la salud pública debería tener al menos tres ejes de soporte: investigación epidemiológica, investigación bioquímica básica del cáncer y estudios clínicos.