Relojes

El hombre lleva siglos buscando métodos concretos para medir el tiempo. Nuestros predecesores solían estar mirando al sol, a la luna o a las estrellas para contar, clasificar y medir el tiempo. Gracias a los primeros artilugios lograron distribuir con cierta precisión los meses, días y horas. Ahora, el reloj más pequeño de la muñeca de muchos de nosotros, nos da segundos y décimas con todo detalle; esas maravillosas invenciones que miden el tiempo son capaces de despertar a las mañanas, con la música, lo más lotón.

El día y la noche, las estaciones, el sol o las estrellas se han utilizado desde hace tiempo para medir el tiempo. A partir de estas fuentes naturales, el hombre comenzó a dar pasos en los métodos de medición del tiempo.

Entre los que han llegado a nosotros, uno de los relojes más antiguos es el reloj de arena, el reloj solar y el clepsid. Reloj de sol a. C. XX. Se conoce desde el siglo XX. Este tipo de reloj comenzó a utilizarse para conocer la hora de residencia en China e India. Estos relojes solares no son para nosotros extraños, ya que todavía se pueden ver en las paredes de varias iglesias de nuestros pueblos. Los rayos solares se dirigen a una varilla adherida a la pared y la varilla, por su parte, hace sombra en las líneas de las horas dibujadas. Gracias a esta sombra se puede saber qué hora es. Pero la ayuda del tiempo era fundamental para que esa invención sirviera, ya que el reloj no servía para nada sin luz solar.

El reloj de arena es tan conocido como el reloj de sol, y menos conocido el reloj de arena, el clepsid. En los inicios de la Edad Media encontramos estas invenciones que los señores y las iglesias utilizaban para fijar en cierto horario tanto las horas de trabajo como las celebraciones religiosas.

Carlos V, además de ser rey de Francia, descubrió su propio rincón en la historia del reloj, al ordenar la colocación de un reloj en la torre del palacio del rey en París. De ahí la costumbre de colocar relojes en la anteiglesia y edificios públicos.

El clepsid es sólo un recipiente graduado lleno de agua. Para que el agua saliera regularmente, debajo se abría un agujero al recipiente. Junto con el agua se solía desprender una pequeña pieza de bronce por el agujero inferior y el ruido que hacía al caer a un segundo recipiente permitía advertir el paso del tiempo. VIII. En el siglo XVIII el propio Carlo Magno utilizó el clepsid y sabía que cuando escuchaba el ruido de éste, acababa de pasar una hora.

Mediante la adaptación y renovación de los sistemas mencionados, nuestros antepasados cuantificaron y clasificaron los desplazamientos de los años.

Carlos V, además de ser rey de Francia, descubrió su hueco en la historia del reloj. El rey ordenó la colocación de un reloj en la torre del palacio de París. Pero el rey no quería un reloj cualquiera, sino un reloj mecánico. Evento XIV. Este reloj, realizado a mediados del siglo XX por encargo de Carlos V, ha sido considerado el primer reloj del sistema mecánico. Estos artilugios comenzaron a mostrarse con orgullo en iglesias y edificios públicos. Sin embargo, los primeros relojes eran muy grandes y pesados y no se puede comparar con la precisión obtenida en la actualidad. Estos primeros relojes mecánicos de hierro colgaban de un cable con pesos y el reloj estaba influenciado por el peso. A medida que iba soltando, el cable marcaba el paso del tiempo.

Durante siglos los relojes mecánicos fueron mejorando. Uno de los mayores avances fue la colocación de péndulo en la estructura de los relojes mecánicos. En 1657 Christian Huygens inventó el reloj con péndulo y desde entonces pudieron medir el tiempo con más precisión que hasta entonces.

Hay que dar un salto hasta 1840 para encontrarnos con el primer reloj eléctrico. Con el tiempo estos relojes también daban más precisión y en 1952 se pudo ver el primer reloj eléctrico de muñeca.

Descubriendo lo oculto

No es de extrañar que lo que estás leyendo lleve un reloj en la muñeca. Circular o cuadrada, clásica o moderna, con aguja o digital. De una manera u otra, ¿quién no utiliza reloj? En una sociedad en la que vivimos con prisas, tenemos todos los minutos del día bien medidos, pero con prisas, ¿te has preguntado alguna vez por qué se mueven las agujas o por qué cambian los números?

Como hemos visto, a lo largo de la historia se han realizado diferentes tipos de relojes. Utilizando en su día elementos simples y asequibles como el agua, la arena y el sol; después con ruedas de engranajes, dientes, péndulos y pesos. Uno de los más comunes para nosotros es el reloj que llevamos en la muñeca, tanto analógico como digital. Ambos tienen el mismo componente básico: cuarzo. Partiendo del bloque de cuarzo, en esta pequeña superficie se produce un proceso mecánico-eléctrico electrónico completo.

Esta parte del mineral que podemos encontrar dentro del reloj no se corta de cualquier manera. El cuarzo se prepara teniendo en cuenta el eje eléctrico. Pero sólo con este trozo de cristal no pondríamos en marcha el reloj. El cuarzo debe vibrar para que funcione el reloj y para ello se utiliza una pila. La pila circular de óxido de plata consume muy poco y puede suministrarla por lo menos durante un año. El cuarzo tiene vibraciones mecánicas y emite una onda. Gracias a su pequeño tamaño, la frecuencia de las vibraciones es muy alta, 32768 Hz.

El siguiente apartado importante del reloj es el llamado circuito divisor. En este circuito hay quince divisores que dividen la frecuencia del cuarzo con dos números cada uno. 32768 dividiendo quince veces por dos números sale 1, es decir, una vibración por segundo.

Dicho circuito electrónico, a través del circuito de mando, está conectado a un electroimán. En concreto, una bobina es la que hace de enlace. Cada segundo pasa por la bobina una corriente alterna que tarda en pasar una milla de segundo. Por lo tanto, ahora estas vibraciones llegarán al motor eléctrico que moverá los engranajes.

Pero hagamos una pequeña pausa. Todos los pasos hasta ahora se dan en los mecanismos ocultos del reloj. El último paso que hemos mencionado nos va a hacer una conexión entre el exterior y el interior. El último engranaje está tocando la aguja y cada vez que este engranaje se mueve la aguja se moverá un poco, un segundo. Después de sesenta movimientos de este engranaje, se moverá un nuevo engranaje, que unido a la segunda aguja también se moverá; ha pasado un minuto.

Esquemas de funcionamiento del reloj analógico (superior) y del reloj digital (inferior).

Números mojados

Los relojes analógicos, los de aguja, son muy utilizados en la actualidad, pero no se han quedado atrás los relojes digitales. Los relojes digitales no tienen agujas sino números. Mientras que las agujas son electrónico-mecánicas, las digitales son totalmente electrónicas. La diferencia entre ambos puede apreciarse tanto desde el exterior como desde el interior.

Además de los apartados mencionados al explicar la estructura del reloj analógico, el reloj digital tiene otros mecanismos. Dentro del circuito integrado, los digitales tienen un cuarto elemento: el decodificador. El decodificador tiene su lugar entre el circuito divisor y el circuito de mando.

Como la estructura que hemos mencionado es interna, nosotros no la vemos, si no exploramos los interiores y comenzamos a mirar. La diferencia exterior entre el reloj analógico y el digital también es evidente. El primero tiene agujas y el segundo nos muestra un conjunto de números. Los números están en líquidos. Este líquido se encuentra entre dos placas de cristal. La invención fue magnífica, ya que se ven claramente y, además, pueden mantenerse en buen estado durante mucho tiempo.

El gancho de poder medir el tiempo con cada vez mayor precisión ha estado a lo largo del tiempo. Empezaron por relojes de arena, relojes de sol y clepsida, intentando controlar los días y los meses. El sistema más avanzado que tenemos ahora para medir el tiempo es el llamado reloj atómico o molecular. La mayor precisión de la frecuencia se ha conocido en fenómenos atómicos o moleculares, por lo que se ha recurrido a ellos para obtener la máxima precisión en la medida del tiempo.

Se han ideado para medir relojes de gran precisión o menos exactos, todos ellos, esa línea que avanza sin paradas, el tiempo. En ese empeño hemos rodeado nuestra vida de relojes; en casa, en el trabajo, en la calle, en el coche…, incluso en la mesilla, hemos puesto un despertador para que los dedos del avance nos despierten del sueño dulce.

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