CHEJOV y dilatación

Andre Chejov tiene un lugar especial en el ámbito literario y muy merecido. Pero en el ámbito de la física no se puede decir lo mismo, a no ser que en un cuento supiera que él creía lo que había puesto en boca de un sub-funcional de los cosacos.

El militar de Andre Chejov decía: “¿Por qué los días en invierno son más cortos y las noches más largas y al revés en verano? Como todo lo que se ve y no se ve, los días de invierno son más cortos porque se acortan con frío y las noches se calientan con palomitas y lámparas.”

Yo no creo que Chejov lo pensara, quería poner de manifiesto la falta de sabiduría de la subfamilia rusa. ¡Pero quién sabe! Entre nosotros también son tan tolerantes como esta teoría, como veremos en el siguiente ejemplo:

Si después de un baño caliente tuviéramos que vestir alguna vez botas o similares para montar a caballo, veremos que es imposible o muy difícil meter el pie caliente. Si preguntamos por el motivo, más de uno respondería que “al calentar el pie su volumen aumenta”, aunque sea del tamaño de la barbaridad que ha dicho el coqueto.

Para empezar, el baño caliente hace que la temperatura del cuerpo humano apenas varíe. La ascensión se sitúa en torno a un grado. El cuerpo mantiene su temperatura alrededor de un punto a unos treinta y seis grados, y se enfrenta a los efectos térmicos. Por lo tanto, poco puede suponer respecto a lo que estamos analizando, es decir, a vestir las botas. Por otra parte, el coeficiente de dilatación respecto a las partes duras y blandas de nuestro cuerpo es relativamente bajo. Por ambas razones, la anchura de la pisada y el grosor de la pierna no excederán de un centésimo centímetro, y las botas, como yo sé, no son tan precisas.

Sin embargo, como lo dicho anteriormente ocurre realmente, habrá que buscar la razón en otro lugar, y en algún lugar no se trata de una dilatación por calor, acumulación de sangre, hinchazón del cuero, humedad de la piel, etc.

Calor y milagros

Antigua Grecia, a.C. III. En el siglo XIX vivía un matemático y mecánico llamado Herón de Alejandría. Esto tuvo varios logros en el campo de las matemáticas, como la extensión de la superficie del triángulo por las tres caras, incluso en el campo de la mecánica. Entre estos últimos, para sorprender a la gente convenciendo de que los sacerdotes egipcios hacían milagros, nos explicó dos artilugios.

En la imagen superior podemos ver la base de una de ellas. En él se puede ver un altar vacío y bajo él, cubierto por el suelo, el mecanismo de apertura de la puerta de la iglesia. El altar se encontraba fuera de la iglesia. Cuando allí se encendía el fuego, se calentaba el aire bajo el altar, presionando sobre el agua del recipiente que estaba debajo del suelo. Al expulsar este agua de un tubo del recipiente, caía a un balde poniendo en marcha el mecanismo que movía las puertas.

Los creyentes, desconocidos del artilugio oculto, creían que estaban viendo el milagro: el cura encendía el fuego para orar y sus palabras abrían las puertas de la iglesia. El otro milagro que dejó Herón es similar. Ver imagen lateral.

Al encender el fuego del altar el aire se dilata presionando sobre el aceite del recipiente escondido debajo. El aceite sube por los dos tubos situados en el interior de las imágenes de los dos sacerdotes situados a ambos lados del altar y cae por goteo sobre el fuego como “milagroso”. Pero cuando el cura responsable del altar abría el tapón que había en el altar, el aire caliente se extendía a la zona y al desaparecer la presión, el vertido de aceite también desaparecía como “milagroso”. Los sacerdotes, al parecer, utilizaban este truco cuando las limosnas no eran tan abundantes como querían.

Otro milagro

Cogeremos una aguja de papel para quemar el tabaco y después de doblarla por sus dos mitades volveremos a abrirla. De esta forma podemos saber dónde está su centro de gravedad. Lo colocamos sobre una aguja que tenemos clavada verticalmente, colocando el centro de gravedad en la punta de la aguja.

El papelito quedará en equilibrio porque está en su centro de gravedad. Pero el pozo más pequeño es suficiente para que comience a girar. Hasta aquí no hay ningún milagro. Sin embargo, como se puede apreciar en la imagen, si una mano se aproxima lentamente al papel de forma que el viento no lo lleve, la aguja comenzará a girar, primero lentamente y luego más rápido.

Si alejamos la mano, el movimiento del papel se detendrá y cuando vuelva a rodearlo con mucho cuidado, se pondrá en marcha. En la década de los siete del siglo pasado, esta sorprendente gira de giras provocó la sospecha de que nuestro cuerpo tenía unos poderes especiales sobre la naturaleza. Los amantes de los poderes ocultos vieron o quisieron ver en este ensayo la verificación de las misteriosas fuerzas del cuerpo humano. Pero en su desventaja, el motivo de este fenómeno es totalmente natural y representativo: el aire que calienta nuestras manos parte de abajo a arriba; al subir presiona la cara inferior del papel y como éste tiene unos pliegues, comienza a girar como un molinillo.

Cualquier observador se dará cuenta inmediatamente de que nuestro molinillo siempre tiene la misma dirección: pasando de la muñeca a los dedos por la palma.

La razón de ello no es otra que la diferencia de temperatura de estas partes de la mano. Las puntas de los dedos están siempre más frías que la palma, por lo que la corriente de aire de la parte superior que aparece junto a la palma es mayor que la que aparece en las puntas de los dedos, por lo que el papel partirá en ese sentido. Por tanto, en los casos aquí expuestos no hay milagros ni poderes ocultos.

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