Punto de partida para establecer criterios frente a la biotecnología

La medición del equilibrio entre los beneficios y los perjuicios que se pueden derivar de este ámbito no se limita a científicos ni a juristas, y mucho menos a políticos profesionales y a industrias farmacéuticas o agrícolas. Aplica a toda la ciudadanía.

En el último año se ha hablado mucho sobre biotecnología y genética, comparándolo con lo que se ha hablado hasta ahora. Afortunadamente o por desgracia, la atención del público se debe en gran medida a la cuestión de la clonación densa. Afortunadamente, porque la importancia de este tipo de temas para todos ha quedado patente. Desgraciadamente, el bullicio que ha surgido en torno a la clonación ha sido en gran medida un despropósito. Por desgracia también, porque muchas prácticas y técnicas genéticas más cercanas y reales quedan ocultas por debajo del brillo de la clonación mítica. Afortunadamente al mismo tiempo, al hilo de la clonación, al menos nos permite hablar de cosas que se hacen en el ámbito de la biotecnología, incluyendo aplicaciones agrícolas, diagnósticos médicos y proyectos de investigación.

Todo esto, sin embargo, nos plantea un grave problema que cada vez nos resultará más grave. Es decir, ¿qué hacer ante esto? Tanto como ciudadanos a la hora de establecer unos criterios generales, como los interesados directos que podemos estar implicados. Para ello, primero tenemos que estar informados. Y ahí está la cuchara: ¿cómo y por dónde recibir información?

Quisiera contextualizar la respuesta a esta pregunta en las relaciones actuales entre ciencia y sociedad. La relación, por supuesto, es muy compleja y sólo voy a tratar un pequeño apartado, el de la explicación pública de la ciencia. Debemos tener en cuenta que la ciencia ocupa cada vez más espacio en nuestros medios de comunicación. Tanto por el aumento de la curiosidad de la gente como por el aumento del interés de los científicos.

El primer problema que se plantea al dar respuesta a la necesidad de información es la dificultad de la divulgación científica. El tratamiento que se da a la ciencia en los medios de comunicación cotidianos no especializados no suele ser a menudo el más adecuado. Así, también es de reconocer la dificultad de la divulgación científica, especialmente en aquellos medios que dependen de la celeridad. Además, esta dificultad se multiplica enormemente en temas de “gran repercusión”. Es decir, a la hora de comunicar cualquier resultado científico que pueda tener mucho que ver con los problemas humanos. Sin embargo, en estos casos, la inadecuación del tratamiento no puede atribuirse únicamente al informante, ya que muchas veces los propios científicos también tienen cierta culpa en este aspecto.

Entonces, el segundo problema se plantea a la hora de medir la información que recibimos. No podemos olvidar que hay mucho marketing en ciencia. Por un lado, los científicos, a la hora de publicar sus descubrimientos o sus resultados, tratan de incidir en las consecuencias más importantes (aunque potenciales y a menudo muy escasas) que pueden tener. Actuar de esta manera puede entenderse en el contexto actual de hacer frente a las necesidades de financiación de la investigación, teniendo en cuenta la necesidad de expresar la influencia del trabajo.

Por otra parte, los medios de comunicación, a la hora de difundir las noticias creadas por la ciencia, eligen los puntos más llamativos, en general los más relevantes (no desde el punto de vista científico) y, por qué no, los más terroríficos. Esta tendencia puede ser entendible por la necesidad de vender el producto y por considerar que la rentabilidad económica del espacio se optimiza a través de la repercusión.

Pero esta dinámica de intereses legítimos supone centrarse en los temas o aspectos más llamativos y polémicos, lo que genera una percepción social muy resbaladiza de la ciencia. Esta conclusión hace imprescindible que cada parte haga frente a sus responsabilidades. En estos temas en los que la sociedad tiene algo que ver, sobre todo, debemos dar respuesta a su derecho a recibir información científico-técnica comprensible, pero directa y precisa. Y este tipo de temas cada vez son más.

El ejemplo de la clonación ha dejado en evidencia varias tendencias de la percepción pública sobre la ciencia. Detrás de algunos experimentos que podían ser científicamente muy significativos se encontraba el interés económico ordinario de la industria farmacéutica. Sin embargo, se extendió en primer lugar como un logro en el campo de la investigación, con todo su mérito. Pero cuando salió la noticia comenzaron a expandirse las especulaciones más salvajes de todas las partes y pocos se preocuparon por poner el sentido biológico más mínimo en esas disparatadas discusiones. Una vez producido el daño, poco importa empezar a abordar el tema con mayor seriedad, ya que la huella de los excesos queda ahí, durante mucho tiempo.

Los animales clónicos aparecidos tras Dolly (vacas, cerdos...) han sido desarrollados a partir de células embrionarias y no de células especializadas de organismos adultos.

Científicos, médicos y expertos, al igual que cualquier ciudadano, tienen algunas cosas seguras pero otras muchas. Ellos tendrán que responder cómo se puede hacer la clonación de un animal, pero quizás no para qué. Diferenciarán fácilmente los recursos y límites de un diagnóstico genético, pero ¿cómo van a ayudar al familiar a tomar una decisión? ¿O qué actitud mostrarán ante el uso que puede hacer una aseguradora? Conocerán algunas de las ventajas e inconvenientes biológicos y económicos de una suerte transgénica, pero no desde el punto de vista de un pueblo campesino. Y en todos los casos es similar.

Por todo ello, no podemos creer a ciegas todo lo que se nos dice, ni para bien ni para mal. No a lo que el nuevo conocimiento de la biología (incluyendo la ciencia, la técnica y la medicina) nos dice que va a dar solución a todos los males, ni a lo que nos predice una pérdida irreversible del ser humano. En primer lugar porque nos mandan mucho más de lo que pueden asegurar. No es necesario, además, sospechar de mala fe para poder detenerse en estas noticias en dos ocasiones. Basta con saber que los que están haciendo alta ciencia necesitan cada vez más eco público.

Recordad, por ejemplo, la posible huella de vida extraterrestre del famoso meteorito marciano y el impulso que dio al programa de la NASA, aunque luego prevaleciera la hipótesis de contaminación terrestre. O, la última, la del asteroide que debería deshacer la Tierra en 2028: que han sido enviados literalmente al traste los nuevos cálculos realizados en pocos días tras la apertura de la nueva. Al igual que éstos, la de Dolly parece ya un pretexto de una sucesión de terneros y cerdos clónico-transgénicos. Pero, claro, pocas veces se nos dice que en esos otros experimentos no se cumple ni se repite ninguna otra vez la característica que hizo famoso Dolly.

Es decir, que en estos experimentos se han utilizado células embrionarias y en el caso de Dolly células separadas de un organismo adulto (que también se ha puesto en duda). En segundo lugar, porque la cuestión no es enjuiciar aisladamente las posibilidades que nos ofrece la biología en la actualidad y en breve, sino en el contexto del potencial de la propia ciencia y del modelo de sociedad. Muchas prácticas y técnicas no son buenas o malas en sí mismas, sino que deben decidirse en función de las consecuencias generales a medio y largo plazo, pero eso es lo que a menudo no sabemos. ¿Y entonces qué? Además, siempre deberíamos preguntarnos por el beneficio de estas prácticas y técnicas y, cuando sólo sabemos, actuar en consecuencia. Es decir, si desde una perspectiva de país se establecen unos criterios concretos y claros podremos competir y argumentar ante cualquier otro interés económico o político privado, pero no.

Por lo tanto, muchos beneficios y perjuicios pueden derivarse de este ámbito y la medición del equilibrio entre ellos no corresponde sólo a científicos ni a juristas, y mucho menos a políticos profesionales y a industrias farmacéuticas o agrícolas. Aplica a toda la ciudadanía. Porque nuestra vida y la de nuestro entorno pueden cambiar radicalmente nos toca ir fijando criterios y construir vías de decisión.

Por eso, todos deberíamos implicarnos y aprovechar lo que se está haciendo en el camino de la información de forma clara (revistas científicas, jornadas, cursos...) y pedirnos cada vez más. En cualquier caso, siendo el primer paso obligatorio informar, nos está llegando la hora de ir preparando los siguientes pasos. Es decir, en la medida de lo posible, debemos empezar a discutir, a trabajar y a movernos. Tenemos que ir construyendo herramientas de colaboración entre personas de diferentes ámbitos, perspectivas e intereses si queremos tener algo que decir a nivel social. De lo contrario, se irán decidiendo por nosotros, muchas veces sin saber quiénes toman las decisiones. Aunque no nos sobra tiempo, todavía es posible actuar. Tenemos que tener en cuenta que todavía hay muchas dudas a nivel de mando, pero si nos damos cuenta de que sólo se van a recoger opiniones unilaterales de aquellos que no tienen ninguna duda, es decir, que tienen en juego intereses económicos y políticos.

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