RFID: Radio Frequency Identification en inglés, identificación por radiofrecuencia en euskera. El propio nombre hace que cualquier tipo de objeto se identifique con radiofrecuencia, mediante ondas, es decir, sin contacto directo.
Este sistema consta de dos componentes principales: La misma etiqueta RFID, con chip y antena, y el RFID emisor-receptor o lector RFID. El lector se encarga de recoger, tratar y procesar la información que envía la etiqueta. La etiqueta puede ser como una pegatina. Se puede colocar en animales, en personas o en diferentes cajas y productos, y puede dar muchos datos: nombre, características, colores, costumbres, fechas... Es un sistema de transmisión de datos portátil y potente.
La idea surgió en la década de 1980, cuando investigadores norteamericanos trataron de desarrollar sistemas de reconocimiento y análisis de objetos. Sin embargo, se dieron cuenta de que esto entrañaba más problemas y dificultades de las que se esperaba, y pensaron que era mejor que los propios objetos se identificaran. De esta forma, el RFID pronto se convirtió en realidad por su capacidad para seguir con objetos móviles.
Existen dos tipos de etiquetas RFID en general: etiquetas pasivas y activas. Las etiquetas pasivas son muy especiales, ya que no necesitan ninguna fuente de alimentación, por lo que no utilizan batería ni pila alguna. Por lo tanto, para obtener la energía necesaria para la respuesta y la transmisión de datos, se utilizan las pequeñas señales de lectura que envía el emisor receptor RFID. Esa es la esencia de la forma espiral de la etiqueta RFID.
Las etiquetas pasivas, al carecer de fuente de alimentación propia, tienen la capacidad de enviar un número reducido de datos y no pueden enviarlos a grandes distancias: Desde 10 milímetros hasta 5 metros. Por el contrario, la ausencia de fuentes de alimentación propias permite desarrollar etiquetas muy pequeñas. Por ello, se pueden colocar bajo cubierta, en cajas de cartón o en billetes. De hecho, la etiqueta RFID más pequeña que estaba a la venta en 2005 era de 0,40x0,40 milímetros y más fina que una hoja de papel, en una lentilla cabían cuatro. Con este tamaño pueden ser invisibles.
Las etiquetas activas, por su parte, tienen su propia fuente de alimentación y son capaces de emitir más y más lejos datos. Los más fuertes pueden alcanzar los 10 kilómetros. También se incrementa la capacidad de almacenamiento de memoria y datos. Además, las etiquetas activas son más seguras en ciertos ambientes, por ejemplo, a temperaturas muy altas y bajas o cerca del agua.
Pero también tienen desventajas. Debido a la fuente de alimentación, son más grandes que los pasivos, pero en la actualidad también se pueden encontrar monedas de tamaño. Asimismo, las baterías se terminan y entonces es necesario cambiar la propia etiqueta o la batería (algunas baterías pueden durar varios años). Por otro lado, las tarjetas pasivas son más baratas, por lo que en la actualidad la mayoría son de este tipo.
El reducido tamaño de las tarjetas permite colocarlas en los lugares más ocultos y son portátiles. Por lo tanto, tienen muchas aplicaciones y son muy prácticas, a veces son inmejorables y otras bastante discutibles y poco justas.
Un ejemplo claro puede encontrarse en supermercados. Si se acude a cualquier centro comercial de Euskal Herria, cualquiera puede salir con un producto que ha comprado y pagado y empezar a chistonar los detectores de puerta. Esto no significa que hayamos robado algo, sino que el cajero ha eliminado o eliminado mal la etiqueta RFID del producto. De hecho, son muchos los productos que han comenzado a incorporar RFID en los centros comerciales, no sólo para denunciar los robos, sino también para los stocks automáticos de productos, el control de las ventas o la disponibilidad de estanterías y almacenes. Por lo tanto, la etiqueta RFID puede sustituir el sistema de códigos de barras en los próximos años, aunque por el momento resulte algo más caro.
Además, la inclusión de la etiqueta RFID en las tarjetas de crédito nos permitirá realizar un pago automático y ligero a través de un detector sin tener que esperar colas. En Hong-Kong, por ejemplo, en el tipo de tarjeta Octopus, este sistema ya está disponible. La Unión Europea también tiene intención de introducir en los billetes chips RFID --los rumores ya lo dicen -. Ello se debe, al parecer, al conteo, seguimiento y facilidad de pago de los billetes. El RFID es un sistema enorme para este fin. Sin embargo, el sistema puede ser enorme también para facilitar el trabajo de los ladrones, a través de un lector RFID, ya que un ladrón puede saber en todo momento cuánto dinero tiene una persona.
Con los sistemas RFID es posible realizar investigaciones comerciales, realizar el seguimiento de los compradores y analizar los hábitos de los consumidores sin el consentimiento del cliente.
Otras aplicaciones de interés son las señales inteligentes de tráfico. Según los pronósticos, en los próximos años se instalarán chips RFID en señales de tráfico y balizas, y los vehículos dispondrán de lectores RFID. Los lectores detectarán, comprenderán y alertarán al conductor mediante voz o imágenes holográficas proyectadas en el parabrisas.
Si uno de los temas anteriores parece sacado de un libro de ciencia ficción, no es una excepción: las vacunaciones. Los chips RFID insertables estaban inicialmente pensados para su implantación en animales, pero no se excluye la posibilidad de su incorporación a las personas. A través de ellos se podrían guardar expedientes médicos, evitar robos de identidad, controlar el acceso a edificios o ordenadores protegidos, etc.
La legitimidad ética de estos proyectos no está clara, pero ya existe en el mercado un chip que se puede insertar en los seres humanos. Una curiosidad relacionada: La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) de EE.UU. inició en 2004 un estudio para decidir la aprobación del uso de chips RFID en centros hospitalarios. Y esa organización aprobó los primeros chips que se pueden incorporar en humanos: Fabricados por la empresa VeriChip y con una frecuencia de 132,2 kHz.
No se cuestiona que estos usos pueden generar beneficios, pero no debe descartarse la posibilidad de restringir las libertades individuales y de atacar la privacidad. Por ejemplo, en los últimos tiempos los pasaportes digitales están a tope. Pues eso puede ser un caso muy grave y digno de mención, cómo se desarrolla.
Existen dos tipos principales de tecnologías para la realización de pasaportes digitales: RFID y SmartCard. Este último debe introducirse en un lector especial para poder leerlo, como las tarjetas de monedas. Es decir, además del lector, es necesario el contacto físico para leer el chip y obtener los datos del pasaporte.
Sin embargo, el uso del RFID permite la lectura remota de los datos sin autorización ni contacto físico, sólo es necesario un lector de RFID.
En concreto, EE.UU. y otros estados han elegido este segundo para pasaportes digitales. No tienen ventajas técnicas frente a SmartCard. Sin embargo, la privacidad puede suponer un gran riesgo y, además, cualquier persona que pueda beneficiarse de esta tecnología puede cometer robos o ataques selectivos.
Por todo ello, los debates y los boikots que se han generado en torno a este tema no son pocos. Estamos ante un tema conflictivo y lleno de dudas, habrá que ver qué va a pasar.