Antes de enfermedades como el Parkinson o el Alzheimer de mayor prestigio, la epilepsia es la mezcla neurológica más extendida.
Se estima que el número de personas afectadas es de 50 millones y que en los países desarrollados es del 0,5-1% de la población. Por si fuera poco, el número de pacientes que no responden a cualquier tratamiento es del 20%. Por otra parte, los medicamentos contra la epilepsia son menos que los dedos de la mano y su eficacia relativa no siempre ha sido científicamente explicada.
Pero he aquí un sistema capaz de completar las crisis epilécticas, incluso las más traviesas. Mediante los pulsos eléctricos que este dispositivo envía regularmente al cerebro, controla las descargas de corriente causantes de las crisis, emitidas por diferentes zonas del cerebro. Este auténtico pacemaker cerebral o marcapasos no es mucho más caro que los tratamientos de epilepsia.
Hoy en día el silencio sobre la epilepsia se debe a que médicos especializados muy escasos, neurólogos epileptólogos, saben poco sobre la enfermedad. Los factores determinantes de la enfermedad pueden ser más de veinte, aparecen con diferentes tipos de crisis y aunque en el 70% de los episodios se puede saber cuál es el origen, un lugar como el del cerebro, no se pueden explicar las causas.
¿Qué sabe la ciencia sobre la epilepsia? Poco, por enfermedad de toda la vida y su tratamiento. En los menores de 5 años y menores de 25 años la enfermedad avanza en un 20% y 59% respectivamente. Mientras un epiléctico puede tener 3 crisis anuales sin saber por qué, otro puede tener 100 al día.
La crisis, en su mayoría benigna, puede deberse a lesiones o disfunciones en una zona cerebral (epilepsis local o focal) o en ocasiones (epilepsia multifocal). Estas zonas son las habituales en las intervenciones quirúrgicas, ya que se encuentran fuera de su alcance o porque la cirugía podría causar mayores daños en caso de contacto con ellas (parálisis). Los pequeños trastornos eléctricos de las funciones cerebrales normales, las descargas y todo tipo de cortocircuitos accidentales son los que desencadenan las crisis. La especificidad más general de la enfermedad se encuentra en sus síntomas y efectos: en crisis recurrentes en las que el cerebro pierde momentáneamente el control del cuerpo. En la mayoría de los casos, todos los tipos de epilepsia tienen la señal de que la crisis llega: "Aura", un sabor peculiar, una sensación desagradable y una hormigueo.
Hasta ahora esto es todo lo que la ciencia sabe sobre la epilepsia. ¡Muy poco! Empíricamente se puede decir que hay más de un tipo de epilepsia. Observando las múltiples formas de crisis, síntomas y enfermedad, los epileptólogos han comprobado que hay más de 20 tipos de crisis. Estas crisis han puesto de manifiesto 4 tipos de epilepsia y 3 causas que han descartado la existencia de una única epilepsia.
Pero, ¿cuáles son las causas de las crisis? Cuando su origen es conocido se denominan crisis sintomáticas (30% de las crisis). Están relacionadas con lesiones identificables en el cerebro. Las causas más habituales son traumatismos craneales, tumores craneales, hemorragias craneales, saturnismo o alcoholismo e infecciones similares, meningitis e infecciones similares, encefalitis viral, difteria y, en menor medida, semillas, rubéola y otras enfermedades infantiles.
Las crisis locales o focales pueden diferenciarse de las generales. Las crisis locales provienen de una determinada zona del cerebro y, en la mayoría de los casos, aparecen con un comportamiento psíquico irracional: la sacudida muscular de un brazo o pierna, la mordaza de los labios y la marcha a la deriva. Estas crisis pueden durar pocos segundos o muchos minutos. Según la aspereza, la reacción puede aparecer en una parte del cuerpo (crisis simple del lugar) o en varias partes (crisis compleja del lugar) provocando la pérdida de conocimiento. Las crisis generales provienen de zonas extendidas a ambos lados del cerebro y a menudo provocan convulsiones enormes hasta la pérdida de conocimiento. El 39% de los epilépticos sufre crisis generales al inicio de la convulsión.
Las propias crisis pueden clasificarse en varias categorías:
Esta clasificación demuestra que la epilepsia es una enfermedad que provoca incapacidad e inhibición.
Las crisis, los riesgos de crisis, el temprano riesgo de muerte y los efectos secundarios de los fármacos son una gran carga para el bienestar físico, psíquico y social del paciente. Quienes no pueden superar las crisis tienen dificultades para ir a la escuela, para obtener el carné de conducir o para mantener el puesto de trabajo. Desarrollan un sentimiento de dependencia hacia los demás, desconfiando en ellos mismos. Las familias de los enfermos se cuestionan porque el riesgo de morir por accidente es mayor que la media.
Existen medicamentos contra la epilepsia para combatir varias crisis diferentes. Aunque son eficaces, no siempre se conoce cómo y a qué afectan. Se limitan básicamente a cuatro moléculas que se unen esporádicamente: carbamazepina, balproato, fenitoína y fenobarbitol. Sin embargo, estos medicamentos no son eficaces para ciertas epilepsias. Por otra parte, los medicamentos que hay que tomar a lo largo de toda la vida amortiguan los síntomas pero no sus causas.
Por último, el papel de los médicos se orienta a minimizar los efectos perversos que produce el tratamiento médico convencional (amortiguación cerebral, fatiga, sueño y sueño, problemas de concentración...) y a limitar el fenómeno de acostumbrarse a producir una pérdida constante de eficacia terapéutica.
Frente a esta visión negra, el nuevo tratamiento de epilepsia que ha salido ahora, centenario después, el primero, ha despertado grandes esperanzas. La prótesis neuroziberética (NCP), presentada por la empresa norteamericana Cyberonics, ha demostrado su eficacia también en las epilepsis más fatal.
Este dispositivo es equivalente al marcapasos para el cerebro. El prestigioso y exigente Food and Drug Administration (FDA) de la Unión Europea y de los Estados Unidos, han aprobado más tarde un dispositivo cercano tras más de diez años de investigaciones y estudios.
El NCP se implantó por primera vez en 1988. Más de 1000 pacientes de 24 países han recibido el dispositivo. La mitad de los pacientes que utilizan el sistema han conseguido una reducción inmediata del 20% de las crisis y una reducción superior al 50% tras dieciocho meses.
Por otra parte, el sistema no ha tenido efectos perversos como crónicos, conductuales o emocionales, ni tampoco la toxicidad de la OMC. En lugar de reducir su impacto, aumenta con el tiempo.
El tratamiento que conduce el sistema NCP, denominado estimulante del nervio vagal (VNS), emite pulsaciones eléctricas cada cinco minutos de intensidad entre 1,25 y 2,5 miliamperes, frecuencia de 30 hercios y duración de 50 nanosegundos (un nanosegundo = 10-9 segundos). El dispositivo es muy compacto y fácil de implantar. Está formado por un generador de 55 gramos de peso y tamaño de un reloj de bolsillo.
El NCP se puede establecer mediante dos cortes: el primero se realiza en el pecho a la altura del omoplato para insertar el generador y su pila y el otro en el pie derecho del cuello para colocar los electrodos en el vagón de nervios. El trabajo clásico de "tunelización" que realiza la cirugía permite la unión inmediata de los electrodos a la pila.
¿Pero por qué vamos nerviosos? Sobre todo porque controla la actividad entre el cerebro y los órganos internos. Es un nervio mixto, a la vez motor y sensorial. Básicamente, el 85% está compuesto por fibras aferentes que emiten la información de abajo a arriba. Estas fibras que se extienden hasta el interior del sistema nervioso central están conectadas a pulmones, corazones, aorta, tracto intestinal y otros órganos. Las fibras aferentes envían información a estructuras corticales (amigdalas, hipocampo, cortex, etc.) conocidas por su capacidad de encendido de descargas epilépticas.
Mediante las fibras aferentes del nervio vago se puede alterar la actividad cerebral actuando en zonas epileptógenas. Por ello, puede decirse que el VSN es un tratamiento preventivo, ya que altera la actividad eléctrica del cerebro, evitando las descargas eléctricas accidentales que originan las crisis epilépticas.
Se trata de ver el coste de este nuevo tratamiento para la Seguridad Social. Con una duración de cinco años (hay que cargar la pila) y un precio de 50.000 libras (unas 1.250.000 pesetas o 7.500 euros), el coste es similar al de los tratamientos convencionales. Se sabe que la Administración está más interesada en llenar día a día la bolsa de salud que a largo plazo. Por lo tanto, hacer creer las ventajas del tratamiento no será tan sencillo. Pero no olvides que el sistema NCP no produce efectos secundarios, siempre perjudiciales para el paciente y costosos para la sociedad.