Los datos nos indican que en 2011 las subvenciones de los gobiernos del mundo para combustibles fósiles fueron seis veces más que las ayudas a las energías renovables. Es más, se prevé construir otras 1.500 plantas de carbón por todo el mundo. No parece, por tanto, que el discurso oral de los líderes políticos sobre la mitigación del cambio climático coincida con el modelo energético que se utiliza en el mundo y aquí, que sigue basado en los combustibles fósiles. Así, no es de extrañar que en el periodo 2011-2012 se haya superado el récord de emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar de que muchos países industrializados se encuentran inmersos en un profundo retroceso económico. XXI. A pesar de que hasta finales del siglo XX se estableció el objetivo de mantener la temperatura media por debajo de los 2 ºC, el objetivo no se está cumpliendo y es realmente preocupante. De hecho, algunos informes importantes recientemente publicados, como los realizados por Naciones Unidas y el Banco Mundial, apuntan que si no se reduce la emisión de gases de efecto invernadero actual, la temperatura media mundial puede elevarse hasta los 6º C. Y, como advierten los científicos, sería un desastre para la humanidad y el ecosistema.
El año pasado, el tifón Bopha golpeó duramente a Filipinas y el huracán Sandy agitó el Caribe y los Estados Unidos; dos muestras de lo que viene en adelante, porque si el calentamiento global continúa por la senda actual, el mundo se enfrenta cada vez más a este tipo de fenómenos extremos. Aunque es difícil relacionar estos dos fenómenos con el calentamiento causado directamente por el hombre, los científicos en general están de acuerdo en que estos fenómenos extremos se van a producir cada vez más a menudo y serán más intensos si el mundo mantiene un modelo de vertido intensivo de carbono.
Los científicos coinciden en que si tenemos que limitar el calentamiento global a 2ºC, las emisiones mundiales de gases deben alcanzarse antes del año 2020, para posteriormente reducir los niveles actuales de emisión en un 25% para 2030 y al menos en un 50% para 2050.
¿Hasta dónde y en qué dirección están los líderes políticos tratando de dar solución a esta rebelde cuestión? Del 26 de noviembre al 8 de diciembre de 2012, 195 países se dieron cita en Doha, Qatar, en la 18ª Conferencia de la Cumbre Mundial de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebra cada año en Estados Unidos. Sin embargo, como la mayoría esperaba, no se había dado un paso más en Doha. En cualquier caso, es importante comprender qué están cociendo los principales cocineros en la mesa de negociación.
La Cumbre de Doha puso sobre la mesa un puerto imprescindible: La necesidad de salvar el Protocolo de Kioto, el único acuerdo internacional jurídicamente vinculante. El acuerdo de Kioto entró en vigor en el año 2005 y abarcó a 191 países, con fecha de vencimiento 31 de diciembre de 2012. De este modo, varios jefes de cocina reunidos en Doha se unieron con la misma intención de trabajar en el camino de la diplomacia para conseguir que se firmara el acuerdo post-Kioto, que hemos denominado Kioto v.2. El nuevo acuerdo contrasta con el compromiso de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero asumido por 37 países industrializados y 15 miembros de la UE en el marco del Protocolo de Kioto originario (aunque con un mínimo compromiso de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de 1990, que sólo exigía una reducción media del 5,2% en el periodo 2008-2012), y con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero tanto en países desarrollados como en países en vías de desarrollo, como Brasil, Brasil, por lo que eran nuevos países industrializados, y por tanto en India. Esta es la principal diferencia entre ambos protocolos.
Por el momento, sólo algunos países han dado el visto bueno a este acuerdo de Doha, que es el caso de todos los miembros de la Unión Europea, Australia, Noruega, Suiza, Islandia, Croacia, Bielorrusia, Kazajstán y Ucrania, que juntos sólo representan el 15% de las emisiones globales. El compromiso adquirido por estos países es concretamente: Reducir las emisiones medias de 2013 a 2020 en un 18% respecto a las de 1990. Sin embargo, los principales contaminantes, como Canadá, Rusia, Japón y Nueva Zelanda, no han firmado, a pesar de haber acordado el protocolo de Kioto original. Estados Unidos y China, los principales emisores de carbono del mundo, no dieron por supuesto ninguna sorpresa y se negaron a firmar el acuerdo de Doha. Pues bien, EE.UU centró sus negociaciones en un tema concreto, argumentando que la obligación de reducir las emisiones de gases no es sólo de los países más desarrollados, sino de los dos grupos, los países más desarrollados y en vías de desarrollo.
El acuerdo Kioto v.2 debe aprobarse en 2015, probablemente en París, y entrará en vigor en 2020. Sin embargo, el acuerdo está en cuestión, ya que en la Cumbre de 2015 existe un grave riesgo de ruptura de negociaciones entre EEUU y los nuevos países industrializados, como ocurrió en la Cumbre de Copenhague de 2009. El cambio climático es realmente una cuestión geopolítica incandescente, ya que el nuevo orden económico mundial --en el que China tiene una fuerza nunca antes ejercida en este nuevo orden - puede convertirse de alguna manera en una «guerra fría sobre el clima», lo que puede hacer que la cuestión climática no siga adelante, que las fuerzas entre EE.UU. y China estén al margen de la UE.
De vuelta a Doha, la clave de la negociación se basó claramente en el principio de equidad. De acuerdo con este principio, los países que más han contaminado en el pasado deberían asumir la misma responsabilidad que la contaminación causada para ayudar a los países más afectados por el cambio climático. Por el contrario, algunos países desarrollados, como EE.UU, consideran que este principio es similar al de la existencia de gravilla en los trapos a la hora de abordar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, exigiendo expresamente a otros países, como China, que éstos aborden la reducción de emisiones jurídicamente vinculante.
Tenemos ante nosotros un puerto muy estrecho. La mayoría de nosotros coincidimos en la necesidad de que la justicia prevalezca en el tema del clima, pero también está claro que para estabilizar el sistema climático no basta con reducir las emisiones de carbono únicamente los países desarrollados en el mundo, que es una operación aritmética. Ahí está, por tanto, el coqueto; el acuerdo Kioto v.2 tiene que abordar plenamente esta cuestión, y por eso el consenso será tan frágil, aunque finalmente se logre. Desde el punto de vista pragmático, existen otros riesgos, ya que algunos países pueden utilizar el principio de equidad como excusa, a la carta, para intentar que en 2015 no se llegue a un acuerdo en París. A su vez, algunos países prefieren, en primer lugar, promover el debate sobre el principio de equidad y posponer su aplicación, mientras que otros quieren discutir desde el principio la aplicación práctica de los principios.
En relación a la cuestión de la equidad, Doha aportó una interesante innovación, ya que se acordó abordar la cuestión de los «daños y perjuicios» para ayudar a los países vulnerables en desarrollo a afrontar el futuro teniendo en cuenta que los daños y perjuicios sufridos por el cambio climático son irreparables. El término «daños y perjuicios» tiene connotaciones legales en muchos países y el tiempo nos dirá lo que va a ocurrir, pero puede tener consecuencias en materia de indemnizaciones por pérdidas derivadas de fenómenos climatológicos extremos. El problema es que, mientras los expertos juristas se sumergen en profundas discusiones sobre los pormenores del término, nuestro viejo modelo energético basado en combustibles fósiles sigue vivo. Sin embargo, la sociedad civil no puede esperar a que suceda en esas cumbres anuales. A pesar de la culminación del Protocolo Kyoto v.2, es responsabilidad de todos nosotros trabajar de mano en mano para dar solución a la peor crisis ambiental global a la que se enfrenta el mundo.