El 6 de abril de 2009 se produjo en L'Aquila (Italia) un terremoto de magnitud 5,8 en la escala de Richter, con 309 muertos y 35.000 sin vivienda. En los días anteriores, en la zona se empiezan a percibir terremotos de menor escala, algo más fuertes que los convencionales, extendiéndose en la sociedad el nerviosismo y la angustia. Debido a los movimientos sísmicos, se reunió la Comisión Nacional de Grandes Riesgos de Italia, quien sugirió que el riesgo de que se produjera un gran terremoto era eterno para tranquilizar a la sociedad. Pero el terremoto sucedió y ahora los siete miembros de esta comisión han sido condenados a 6 años de cárcel y a indemnización por homicidio múltiple, delito de desastre y lesiones personales involuntarias.
El 11 de marzo de 2011 un terremoto de magnitud 9,0 golpea la costa japonesa: Murieron unas 20.000 personas y todo el país se puso en alerta por los daños provocados por el siguiente tsunami en la central nuclear de Fukushima. El 27 de febrero de 2010 en Chile se produjo un terremoto de magnitud 8,8: 525 muertos y 500.000 viviendas afectadas. El 12 de enero de 2010 se estima que el terremoto de magnitud 7,0 en Haití causó 200.000 muertos. El 26 de diciembre de 2004, en Indonesia, se produjo un movimiento sísmico de magnitud 8,9, con más de 300.000 muertos junto con el tsunami posterior. Por citar algunos de los terremotos más cercanos. Los sismólogos más conocidos del mundo trabajan en estas tierras para conocer mejor los terremotos. Nadie había previsto nada, aunque en todos ellos se produjeron varios terremotos de escala inferior. ¿Por qué? Porque hoy por hoy es imposible prever dónde y cuándo se producirán los terremotos.
En las proximidades de la península de California se producen todos los días terremotos a pequeña escala, y los sismólogos saben que, analizando la estadística, pronto se producirá una vibración de gran fuerza, ya que históricamente se ha producido un terremoto a gran escala cada cien años. Han pasado 106 años desde que se produjo el último terremoto brutal que asoló la ciudad de San Francisco, y los sismólogos esperan el siguiente, y la sociedad. Aunque se sabe que va a venir, no se puede determinar cuándo y dónde va a ocurrir, y en este caso no será por falta de recursos. En Estados Unidos, y también en Japón, territorios de alto riesgo sísmico, los grupos de investigación con más sismólogos y recursos económicos están trabajando a tope. Sin embargo, a pesar de que los datos sobre los terremotos son cada vez más numerosos y el conocimiento avanza, todavía no existe un modelo científico fiable para predecir los terremotos. ¿Qué hay que hacer con todos los sismólogos que trabajan en estos territorios? ¿Acusar a los muertos de terremotos y tsunamis y encarcelarlos todos?
Insisto en que no existe un modelo científico fiable de predicción de terremotos ni una aproximación adecuada. Si en algún momento algún grupo de investigación desarrollara este tipo de modelos, el premio Nobel estaría certificado. Pero, por el momento, la única aproximación que se puede hacer es la estadística. Analizando los registros sísmicos de cada territorio podemos saber cada cuantos años se producirá un terremoto a escala concreta en un entorno concreto. Hay, por tanto, dos opciones para la península de California.
La primera consiste en desalojar todas las ciudades y crear campamentos en las zonas rurales esperando un terremoto que impida la muerte. Hay que dejar claro que cerca del 95% de los muertos por terremoto fallecen cuando los edificios bajan. Pero así podemos estar un año, dos años, diez o cincuenta, y esta situación supone, sin duda, un cambio de vida que la sociedad no quiere, un declive económico y otros problemas graves.
La segunda opción es aprender a convivir con el terremoto, reduciendo al máximo el número de muertos en el momento de la vibración. En esta última opción --sin duda la única a tratar -, los ámbitos a tratar son dos. Por un lado, la construcción de edificios capaces de soportar los movimientos del terremoto, asumiendo un gasto económico para ello. El pueblo de L'Aquila estaba rodeado de edificios históricos -muchos en una situación lamentable-, inaceptable en un territorio con riesgo sísmico. Incluso las instituciones que no pusieron dinero para reforzar la estabilidad de los edificios podían tener parte de culpa de los muertos, ¿no? Por otro lado, hay que enseñar a la sociedad qué son los terremotos y qué hacer ante los terremotos, y eso sólo es posible a través de la educación. Es necesario saber cómo actúa la tierra y que a lo largo de la historia geológica los terremotos y la actividad volcánica son normales y no se puede hacer nada para evitarlos. Sin embargo, en esta línea se opone el nuevo plan educativo que la ministra española de Educación maneja. En este plan, la Geología y las asignaturas más cercanas al mismo no tienen cabida en el bachillerato, desaparecen completamente. Así, al igual que en Lorca (Murcia), la sociedad creerá que el próximo terremoto, que en cualquier otro lugar causa mortales o daños materiales, será el de los sismólogos que no han previsto el movimiento sísmico, ya que no tendrá criterio propio.
¡Ojo con los economistas! Tal vez un juez te envíe a la cárcel para no adivinar correctamente la medida de crisis económica que tenemos encima. Sin embargo, nunca van a encarcelar a los políticos que, sabiendo que venía la crisis, no tomaron las medidas oportunas. Cuidado los que investigáis en medicina, porque quizás un juez diga que los muertos de sida o cáncer son culpa de vosotros, por no haber encontrado el medicamento adecuado, pero nunca será culpa de los políticos que no han sido capaces de invertir dinero suficiente. Tened cuidado con los meteorólogos, ya que en caso de que se produzca una lluvia mayor de la prevista, puede que tengáis que hacer cargo de las indemnizaciones, porque los políticos que no han realizado inversiones previas para reparar esos daños no tienen, por supuesto, ninguna culpa. Yo lo tengo claro: preguntando por los terremotos no voy a responder nada al siguiente, porque no quiero que mis hijos vean a mi padre en el camino a la cárcel para no saber responder a una pregunta que no tiene respuesta.