En el desierto de Arizona, en Norteamérica, habita una especie de lagarto llamado Urosaurus ornatus, pero no es un lagarto común. Cuando la temperatura aumenta, el color de la piel de los lagartos cambia. Por la mañana el color de la piel es verde claro, pero cuando la temperatura sube 303 centígrados se convierte en azul turquesa. A las horas más calientes, el color es azul cobalto.
El herpetólogo estadounidense Randall Morrison, en el Hood College de Maryland, analiza estos pequeños reptiles para comprender el fenómeno. El color de la piel se ve alterado por la reacción de las células del pigmento local respecto al calor. Estas células iridoforos crecen y se expanden a medida que aumenta la temperatura, variando la disposición de los cristales locales. En consecuencia, la longitud de onda de los rayos de luz reflejados por la piel cambia hacia el azul.
El lagarto no controla este rasgo psicológico y óptico que lo convierte en un termómetro vivo y genera gasto energético. Sin embargo, el lagarto se beneficia de los cambios de color. Cuando el color es más claro, los depredadores son más difíciles de ver y cuando se pone azul destacan sobre las hembras y desesperan a los competidores.