Diversos estudios demuestran la relación directa del medio urbano con la salud mental de sus habitantes. Ahora, la revista científica Nature ha publicado una extensa investigación internacional que recoge las características de las ciudades para la protección de la salud mental de adolescentes y jóvenes. De hecho, los autores consideran que en el diseño y modelado de las ciudades influye en que el foco esté presente y, por tanto, proponen priorizarlo.
En todo el mundo, los jóvenes menores de 25 años constituyen el grupo que más recurren a las ciudades, donde encuentran oportunidades de educación y empleo. Así, para 2050, el 70% de los niños vivirá en las ciudades.
Por otra parte, la crisis del COVID-19 ha puesto de manifiesto la preocupación por la salud mental de los jóvenes, ya que es evidente que las alteraciones y suicidios han aumentado entre la población joven. Pero la situación ya era grave: Según un estudio de 2005, el 75% de las enfermedades mentales que se producen antes de los 65 años aparecen para los 24 años. Así, en la adolescencia se invierte en la salud de las personas adultas a través de intervenciones para prevenir la enfermedad y la muerte, y se protege la salud de la siguiente generación a través de la educación y los hábitos de vida de los padres jóvenes.
Por todo ello, se han analizado 37 características de las ciudades, agrupadas en 53 países en seis ámbitos socio-ecológicos: personal, interpersonal, comunitario, institucional, político y medioambiental.
Uno de los principales factores de protección de la salud mental es la disponibilidad de espacios comunitarios libres y seguros. Es decir, lugares de encuentro, aprendizaje y socialización de los jóvenes. De hecho, han visto que los factores del ámbito interpersonal tienen un valor protector intrínseco, fomentan el bienestar y previenen la depresión. Esto se acompaña de la posibilidad de empleo, un buen sistema educativo y una adecuada vigilancia de la salud.
Los factores más perjudiciales son los prejuicios hacia grupos desfavorecidos o minoritarios, ya sea por motivos de raza, género, sexualidad, nivel socioeconómico, neurodiversidad u otros. Así, los autores han exigido políticas y leyes para combatir la discriminación personal y estructural.
Los investigadores consideran que los resultados son significativos y dignos de ser tenidos en cuenta en las políticas de urbanismo y salud pública, aunque han reconocido que se necesitan más investigaciones para tener efectos más sólidos.