La industrialización de la ganadería ha ido acompañada de un aumento de los problemas ambientales de las granjas ganaderas. Hace unas décadas, los baserritarras ponían paja o garoa bajo el ganado, lo que absorbía la orina y las heces. Luego se sacaban las partes, se formaba estiércol y con ello se fertilizaban las tierras.
Ahora, sin embargo, en los semilleros se genera mucho más purín de lo que pueden ocupar las tierras circundantes.
Por ejemplo, en los Países Bajos se encuentra el récord de ganadería intensiva, donde las granjas ganaderas generan 15 millones de veces más purines y excrementos de los que la tierra puede soportar sin sufrir daños. Por supuesto, para evitar la destrucción total del medio ambiente, los fabricantes deben cumplir estrictas medidas y utilizar diferentes sistemas para solucionar sus problemas medioambientales.
Sin embargo, en los países en desarrollo, en muchos casos no existe normativa al respecto, y los residuos se vierten sin tratamiento a la zona o se recogen en pozos. La escasez de viveros intensivos hace que el problema no sea tan grave, pero en los últimos años se han multiplicado espectacularmente, sobre todo en el entorno de las ciudades, y ahora son muy notorios los impactos ambientales que producen.
Según datos de la FAO, de 1980 a 2004 la producción de carne se duplicó en todo el mundo, pero no se incrementó en todos los países en vías de desarrollo, triplicándose. Sin embargo, el consumo de carne es entre 3 y 4 veces mayor que en los países industrializados.
En cualquier caso, tan importante como el crecimiento ha sido, es ver cómo y dónde ha crecido. De hecho, en los países en vías de desarrollo se ha descartado la producción de ganado de pasto y se han multiplicado las granjas de cerdos y aves. Además, estos viveros se han instalado en las propias ciudades o en el entorno urbano, evitando desplazamientos lejanos a la hora de comprar piensos y vender carne o huevos.
En la producción tradicional, el baserritarra conoce perfectamente la cantidad de residuos que se generan, su impacto en el suelo y cómo utilizarlos para fertilizar el campo o el prado. Todo el ciclo se llena en sus terrenos y no quedan restos.
En cambio, en los grandes viveros, los animales se alimentan de pienso, por lo que consumen grandes cantidades de alimentos. Conclusión: generan muchos más residuos de los que pueden ingerir las tierras circundantes. Normalmente acumulan los residuos en el propio vivero, lejos de las tierras agrícolas. Por ello, no es fácil tratar los residuos o utilizarlos para hacer estiércol y fertilizar las tierras.
Los residuos acumulados, sin embargo, son muy peligrosos para el medio ambiente y causan daños por diferentes aspectos. Por ejemplo, en aguas superficiales es frecuente que se produzca una eutrofización, es decir, que el agua se enriquezca excesivamente en nutrientes. Entonces, las algas y plantas acuáticas se multiplican desproporcionadamente y consumen oxígeno en el agua. Esto provoca la muerte de peces y otras especies acuáticas. Un ejemplo espectacular se encuentra en la costa del sur de China y Hong Kongo: En 1998 murió el 80% de los peces en una zona de 100 km 2.
Los residuos llegan no sólo a las aguas superficiales, sino también a las subterráneas, con riesgo de contaminación de las aguas potables. Por ejemplo, en EEUU, en 1998 se analizaron 1.600 pozos cercanos a las piscifactorías. Un tercio contenía nitratos y en una de cada diez la concentración de nitratos era superior a la permitida en agua potable.
El suelo también se ve afectado por un exceso de nutrientes que pierde fertilidad. Este problema es ciertamente grave en muchos lugares; tal y como se explica en el informe de la FAO, en algunos países asiáticos, una cuarta parte de las tierras agrícolas contienen demasiado fósforo.
Por otra parte, algunos de los microorganismos patógenos presentes en los residuos son fácilmente difundidos por el suelo y el agua circundantes, causando enfermedades en humanos y demás seres vivos. Además, los residuos de los viveros liberan gases (metano, amoniaco...). Sin olvidar los efectos nocivos para la salud, hay que tener en cuenta que influyen en el efecto invernadero. El óxido nitroso es uno de los gases que más contribuye al efecto invernadero, 296 veces más que el dióxido de carbono, y es precisamente el estiércol el responsable del 7% del óxido nitroso que se genera en el mundo.
Algunos ecosistemas son especialmente vulnerables. Humedales, manglares, arrecifes de coral… son tesoros desde el punto de vista de la diversidad, donde habitan algunas de las especies en peligro de extinción. Por ejemplo, en la costa del mar del sur de China se encuentran casi todas las especies de coral conocidas y 45 de las 51 especies clasificadas en el género mangle. Sin embargo, los residuos generados en los semilleros están poniendo en peligro estos ecosistemas.
La FAO considera imprescindible tomar medidas para proteger el medio ambiente. Para conseguirlo hay políticas y tecnologías eficientes. La zonificación del suelo y la imposición de impuestos en función de la distancia a la ciudad, por ejemplo, impulsa la ubicación de los viveros cerca de las tierras agrícolas. De esta forma se facilita la reutilización de los residuos.
Al igual que los impuestos, las ayudas y los premios sirven para fomentar buenas prácticas. Infraestructuras adecuadas, facilidades para la instalación de plantas de producción de biogás, posibilidades de inversión en tecnología de control de la contaminación… todo ello contribuye a reducir el impacto ambiental de los cultivos.
Es innegable: nada es devaluado y para tomar estas medidas se necesita dinero. De hecho, los costes derivados de la aplicación de la normativa medioambiental suponen entre un 4 y un 7% de los costes de producción. Sin embargo, dependiendo de las medidas que se adopten, el coste varía. Por tanto, merece la pena analizar en profundidad el problema local y tratar de encontrar la solución adecuada en cada caso. No hay solución general, pero si se toman las medidas adecuadas se puede hacer mucho. En beneficio del medio ambiente.