Estrellas y alumbrado nocturno

La Vía Láctea se podía ver con facilidad en una época en la que por la noche se miraba al cielo despejado. Las estrellas podían sonar mucho en una época, pero hoy en día, debido a las luces de pueblos y ciudades, cada vez es más difícil distinguir algo en el cielo. Estas murallas de luz también impiden el trabajo de los astrónomos.

En muchas partes del mundo se está produciendo la necesidad de reubicar los antiguos observatorios astronómicos, que han quedado inutilizados por la luz nocturna de las ciudades. En Estados Unidos, por ejemplo, el famoso astrónomo Edwin Hubble pudo medir la distancia desde el monte Wilson de California hasta la galaxia de Andrómeda utilizando sus telescopios. Sin embargo, en la actualidad no pueden utilizar la luz de Los Ángeles. En París les ha pasado otro tanto. Hace un siglo se fotografiaron las nebulosas de Pleiades desde el observatorio de París, pero ahora no están disponibles porque la luminosidad de la ciudad les impide.

Cuando la ciudad se ilumina de noche, gran parte del consumo se produce para contaminar el cielo con luz. En consecuencia, no podemos diferenciar la Vía Láctea.

Nuestra moderna civilización nos ha hecho olvidar lo que es la noche. Nuestra vida ya no está limitada ni condicionada por la luz solar. Las obras que antes no se podían realizar gracias a la luz artificial pueden realizarse sin ninguna dificultad, a pesar de que el Sol se había puesto hace tiempo. Creamos un día artificial tras la puesta de sol, cuando los niños de las ciudades no saben ni qué es la noche negra. Esto sería un avance absoluto si no nos quitara la oportunidad de probar la grandeza del universo en la noche despejada. Y es que ya no tenemos a mano ningún espectáculo nocturno que sorprendía a nuestros antepasados.

A medida que la población aumenta, las ciudades han ido generando a lo largo de los años un entorno de luz creciente. Las lámparas que se colocan para iluminar las calles iluminan el cielo, hasta el punto de que la mayoría de la población no puede ver ni la Vía Láctea ni muchas estrellas.

Estas murallas de luz dificultan mucho la labor de los astrónomos profesionales. Los objetos más alejados y de menor luminosidad sólo son visibles con grandes telescopios, pero estos aparatos deben colocarse lo más lejos posible de los lugares de “contaminación lumínica” para que puedan actuar.

El fenómeno se ha denominado “contaminación lumínica”, ya que esta luz no se utiliza para la comodidad o seguridad de la ciudadanía. Es una luz perdida que no beneficia a nadie. Además, la contaminación es muy cara. Cuando estamos acercando a una ciudad en coche y vemos la luz de las calles o avenidas unos kilómetros antes, se puede pensar que esa luz debía ser utilizada para iluminar las calles y las avenidas, y que no debería ser desaprovechada para llegar a puntos situados a kilómetros de allí.

Vista nocturna de la Tierra. Los lugares más afectados por la contaminación lumínica se encuentran en el hemisferio norte. El centro de Europa, Japón y Estados Unidos destacan claramente. En el trópico se ven también los fuegos de los bosques y los de los pozos de petróleo de Oriente Próximo. La contaminación en el mar de Japón la producen las lámparas de pesca. También se ven claramente las auroras boreales del norte.

En el teatro, por ejemplo, a través de los focos se ilumina el escenario, pero a nadie se le mete en la cabeza que hay que pegar con luz a los espectadores. Es el caso de las lámparas de vapor de mercurio. Más que la calle iluminan el cielo y otro tanto se puede decir de los anuncios luminosos que colocan en las fachadas y plazas de estos edificios. Algunas lámparas son además muy malas en términos de rendimiento. Las lámparas incandescentes, por ejemplo, producen mucho calor y poca luz si se tiene en cuenta el consumo. Las lámparas de vapor de mercurio emiten principalmente radiaciones invisibles. Las lámparas de vapor de sodio tienen un rendimiento mucho mayor, aunque la separación de colores con esta luz no es tan fácil.

En algunas ciudades de Estados Unidos han comenzado a cambiar todas las lámparas. Normalmente son ciudades cercanas a observatorios astronómicos como San Diego, a unos kilómetros del monte Palomar, California, o el Tucson de Arizona, cerca del observatorio Kitt Peak. 18.000 lámparas de Tucson con 330.000 habitantes han sido modificadas y han conseguido una reducción de consumo anual de 1,2 millones de dólares.

Los astrónomos no están en contra de que se ilumine la noche. Porque tienen las mismas necesidades que otros ciudadanos que trabajan de noche. Sin embargo, quieren mantener el cielo negro, ya que se puede conseguir controlando la calidad del alumbrado público y las instalaciones. Además, los astrónomos no tendrían que ir como ahora a trabajar a las montañas de los desiertos.

Babesleak
Eusko Jaurlaritzako Industria, Merkataritza eta Turismo Saila