lo que esconde el PIB y lo que no mide el Índice de Desarrollo Humano

Jurado Pérez, Nekane

Ekonomialaria

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Ed. Marck Hillary/CC_BY

Una mujer del corazón indígena me preguntó una vez: ¿Por qué los economistas consideraban a mi pueblo indesarrollado si en nuestra comunidad compartimos lo que nos regala cada día la vida y nadie conoce la desprotección y la soledad del alma, ni los niños, ni los ancianos? Y al reflexionar al respecto me di cuenta de que tenía que hablar del Producto Interior Bruto (PIB) y de la cohesión social.

El PIB es un indicador monetario que refleja todo el papel que se negocia en el mercado. Cuanto menor es la seguridad de una sociedad desarrollada, más gasta en defensa y protección interna, lo que aumenta el PIB; o, cuanto más enferma, más consume elementos farmacológicos, lo que también aumenta el PIB. La calidad de vida, la felicidad y el PIB no tienen por qué ir en la misma dirección, y la realidad nos demuestra que pocas veces tienen la misma dirección.

R. 1968 Kennedy afirmó que el PIB puede utilizarse para medir su nivel de destrucción: "Nuestro PIB, a la hora de realizar estimaciones, tiene en cuenta las producciones causantes de la contaminación, pero no la contaminación atmosférica, incluyendo la publicidad sobre el tabaco y las ambulancias que van en busca de los heridos de nuestras carreteras (pero no la seguridad de las carreteras). Los costes de los sistemas de seguridad que instalamos para proteger nuestros hogares, así como los costes de entrada accidental a nuestros hogares, son registrados por la cárcel. Implica la destrucción de los bosques y su sustitución por urbanizaciones caóticas. Incluye la producción de armas nucleares y la producción de vehículos blindados que utiliza la policía para reprimir manifestaciones de insatisfacción social (...)".

Así, hay que tener en cuenta que en el País Vasco existen diversos factores que están provocando un deterioro constante de la calidad de vida, aunque el nivel del PIB, la esperanza de vida o los altos niveles educativos, que son los actuales medidores del Índice de Desarrollo Humano.

Una nueva concepción del desarrollo debe hacer frente a los actuales modelos de crecimiento económico y a las consecuencias que ello conlleva, tanto a los impactos ambientales (deterioro de los ecosistemas, agotamiento de los recursos...) como a los impactos sociales (desempleo, exclusión, dualidad, guerras...). Para ello, es imprescindible "lograr un cambio en los procesos de desarrollo actuales y, sobre todo, en la concepción económica que ha existido hasta ahora, y establecer nuevas pautas de intervención internacional y un nuevo modelo de desarrollo que permita alcanzar un mundo ecológicamente viable y socialmente equitativo, superando las diferencias entre norte y sur" (Conferencia de Río-1991).

El concepto de “desarrollo humano” responde en cierta medida a ello, ya que incorpora un nuevo método para medir el grado de desarrollo, incidiendo en el desarrollo de capacidades como el estado de salud y los mejores conocimientos, pero obviando algunos indicadores clave como la distribución de la riqueza o el acceso al empleo, la calidad del trabajo, la calidad ambiental, la integración cultural, la satisfacción de las necesidades de vivienda, psíquicas y afectivas.

Pero el desarrollo humano no acabaría ahí: hay otras opciones, desde la libertad política, económica y social, hasta la posibilidad de ser creativo y productivo con la garantía de los derechos humanos. Dar oportunidad al desarrollo humano en el País Vasco supondría profundizar en la verdadera democracia y, a partir de ahí, buscar y llevar a cabo un modelo económico que priorice el uso racional y armónico de los recursos humanos y naturales disponibles para satisfacer las necesidades individuales y colectivas de todos sus miembros, sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.

La crisis no es sólo una crisis económica, sino también una crisis ecológica, de soberanía alimentaria, de salud, de relaciones de género y de valores. Es la crisis del paradigma de la civilización desarrollada por el capitalismo; en definitiva, la crisis del modelo ideológico basado en el capitalismo.

Estos valores en crisis hacen del País Vasco una sociedad precaria y sometida a la ley. El deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población (inmigrantes, mujeres, jóvenes y personas mayores) se ha producido a través de la intervención del sector público, mediante leyes que inregulan y desamparan el mercado laboral y la protección social. Pero esta realidad queda oculta en las medias estadísticas con toques de triunfo, donde no se mencionan los extremos y las diferencias.

Para que una sociedad sea realmente sostenible es imprescindible ser sostenible a nivel físico (uso sostenible de los recursos) y social (superación de las desigualdades sociales y territoriales). No puede existir sostenibilidad sin igualdad.

Una sociedad realmente sostenible prioriza el desarrollo frente al crecimiento; la cualitativa (calidad de vida) frente a la cuantitativa (nivel de vida); y la solidaridad frente a la competitividad. La democracia económica que se extiende a la suficiencia, justicia e igualdad de toda la comunidad puede ser, quizás, el valor más grande y completo, que no es medido por el PIB ni por su corrector, el actual Índice de Desarrollo Humano.

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