Contenidos de la digitalización

Leturia Azkarate, Igor

Informatikaria eta ikertzailea

Elhuyar Hizkuntza eta Teknologia

El contenido en formato digital es muy cómodo desde muchos puntos de vista: ocupa menos espacio, no se degrada... Todo es ventaja, ¿no? Bueno, pues no. La digitalización también tiene sus aspectos oscuros.
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Ed. © Texelart/350RF

El cambio que ha supuesto la digitalización se nos ha pasado casi inadvertido, porque ha sido poco a poco, pero en los últimos veinte años la forma de comprar, guardar y consumir contenidos ha cambiado radicalmente. Antes teníamos nuestros documentos, fotos, audios y vídeos en papel o cintas, pero hoy los creamos y guardamos digitalizados. Y la música, las películas y los libros cada vez son más comprados y consumidos en formato digital.

Los contenidos digitales tienen muchas ventajas, sin duda. En un dispositivo que apenas ocupa espacio y que pesa muy poco entra mucho (en un disco duro portátil se puede llevar todo nuestro contenido), se puede consumir online directamente, no se va degradando con el uso o el tiempo, hacer copias sin pérdida de calidad es muy sencillo... Pero no todo es tan bonito.

Restricciones de derechos sobre los contenidos adquiridos

A principios de septiembre numerosos medios de comunicación dieron la noticia: Bruce Willis estaba pensando en demandar a la empresa Apple, ya que durante años no podía heredar a sus tres hijas la colección de música adquirida en iTunes. Y es que cuando se compra el contenido de Apple, la licencia dice claramente que es para consumo exclusivo de la persona que lo compra. Al final la noticia fue falsa, pero el problema subyacente es real.

No es sólo Apple quien realiza este tipo de prácticas. Prácticamente todas las empresas y webs que permiten comprar y consumir contenidos digitales online lo hacen: Editoriales que venden Amazon y e-books, webs para ver películas y series... Cuando compramos una canción, un libro o una película, bajamos el archivo a nuestro dispositivo, pero suele estar con la protección contra DRM o las copias, sólo funciona en ese dispositivo (o en las pocas que hemos comprobado que son nuestras) y no podemos dejarlo.

En el nuevo escenario digital, las grandes empresas nos quieren imponer sus condiciones, pero las restricciones de derechos son inaceptables. Con libros de papel o cintas de audio o vídeo tenemos libertad para dejar a los amigos, venderlos, alquilarlos en una biblioteca... Pero con los contenidos digitales, no compramos ni adquirimos propiedades y derechos; al igual que las licencias de uso del software, lo que nos otorgan es una licencia personal para escuchar, ver o leer. El panorama es muy preocupante (ver al respecto los escritos en septiembre de 2009 y marzo de 2010).

Hay quien dice que esa preocupación no tendrá sentido en un futuro próximo. Y es que cada vez tienen más éxito los servicios que permiten consumir música y películas online con la tarifa plana, y seguramente se crearán similares para libros en breve. En estos casos, con suscripción podemos consumir contenidos ilimitados de un catálogo muy amplio. Por lo tanto, si tenemos todo lo que queremos a mano, ¿qué importa si el contenido es nuestro o no?

Bueno, no sé si eso va a ser el modelo futuro, pero yo al menos veo grandes desventajas: el acceso al contenido sólo lo tenemos mientras mantengamos la suscripción, estamos limitados a sus precios y catálogos, para consumir esos contenidos hay que tener conexión, la tarifa la paga cada persona, no puedes compartir el contenido con tus amigos (si no están suscritos a él)... ¿Estarán todos los miembros de una familia pagando tarifas planas en Amazon, Spotify, alguna web para series y un servicio de música en euskera? Con todas las cosas erróneas que puede tener la propiedad privada, prefiero la propiedad y el control de los contenidos culturales por nosotros mismos y no por las grandes empresas (mi opinión y mi postura al respecto fue más amplia en el número de marzo del año pasado).

Obsolescencia de formatos y soportes

Otro gran problema de la digitalización lo explicó el autor de Cosima Dannoritzer Comprar, tirar, comprar en el número de junio. Estamos convencidos de que las cosas están guardadas en formato digital y en un soporte electrónico para siempre, y no es así, porque esos soportes y formatos quedan obsoletos.

En cuanto a los soportes, los documentos que tienes guardados en los disquetes pueden no ser recuperados si no tienes un lector de disquete, y en el futuro puede suceder lo mismo con los objetos que tienes guardados en CD o DVD o, por qué no, con los discos duros o pendrives externos si desaparece la conexión USB. Para que esto no ocurra, cada vez que vemos que un soporte queda obsoleto y otro nuevo está ganando fuerza, la solución es pasar todo el contenido que tenemos al nuevo soporte, pero no es fácil darse cuenta y además puede traer mucho trabajo.

Con los formatos, la cuestión puede ser aún peor. A todos nos ha ocurrido que los documentos estén escritos en una versión de un procesador de textos, y que años después las versiones más recientes de este procesador de textos no sean capaces de comprenderlo, ¿no? Pues imagínate si nos pasa eso con nuestras fotos, música, vídeos y libros, porque el formato (AVI, EPUB...) o el codec de compresión (MP3, DivX, JPEG...) queda obsoleto en el futuro y el software no es capaz de abrirlos. En este caso, quizás sea más fácil encontrar una solución en el mundo del software libre. En él está muy arraigada la cultura de que las cosas no queden obsoletas: el sistema operativo y los programas no tienen requerimientos de hardware excesivos y, para poder funcionar correctamente en máquinas antiguas, tratan de mantener la conjugación hacia atrás y se elabora un software capaz de manejar al máximo los formatos. He visto un software de ofimática libre capaz de abrir versiones más antiguas de un formato propietario que los paquetes de ofimática del creador de ese formato propietario! Con el software libre, a veces podremos abrir formatos obsoletos y convertirlos a otros más nuevos, pero también puede ser una tarea enorme.

Habrá que conseguir que la digitalización no implique restricción de derechos, y habrá que acertar el modo de no perder contenidos por la obsolescencia de soportes y formatos (impulsando la superioridad de los formatos estándar con la empatía hacia atrás, por ejemplo). Si no, para este viaje no necesitábamos este tipo de alforjas...

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